jueves, 8 de septiembre de 2016


Los años pasan y aún no sabes escribir. No solo torpezas gramaticales sino imposibilidad de construir frases plenas, que tengan sentido. Ello se debe al mismo desequilibrio (o carencia de ritmo) que no me deja hablar correctamente. Antes de hablar es necesario –desgraciadamente– pensar. Y un pensamiento agujereado no puede expresarse con armonía (qué digo armonía: ni siquiera con corrección, ni siquiera pasablemente). De allí tu estilo –después de todo lo es– fragmentario e impreciso. Si no hay objetos claramente percibidos, ¿qué objetos quieres describir con claridad? Di mejor que solo puedes escribir sobre lo que no tienes, y ello jamás se presenta de una manera neta y precisa. Una ausencia no es un piano. Un amor imposible no es un idilio campestre. Unas ganas humillantes de reducir todo a ceniza no es un “mensaje social” que se pueda enunciar con cierta facilidad. Mi fantasía está detenida en una sola imagen, siempre la misma. Todo lo demás no me concierne. No solo no estamos en el mundo sino que tampoco estamos en el no-mundo. Pero si tuviera un amable recuerdo infantil sobre el cual despeñarme… Nada. Apenas me recuerdo suenan ataduras y mordazas. La imagen de siempre. Barco fantasma con una única pasajera desolada. ¿Soltar amarras? Lo haría… si el barco existiese, si tuviera amarras.
[Alejandra Pizarnik. Diarios. Barcelona: Lumen, 2010. pp. 273-274.]